miércoles, 25 de agosto de 2010

LA ESCUELA COLOMBIANA HACE 200 AÑOS,
AL DERECHO Y AL REVÉS

Oscar Saldarriaga Vélez
Buenos días. Me llamo José María Triana y soy maestro de escuela en
Bogotá, Capital de mi querida República de la Nueva Granada. Ser “maestro
de primeras letras” y tener una escuela para recibir a todos los niños es algo
bastante raro y nuevo en estos tiempos. Con sólo decirles que en el glorioso
año de 1810, hace 17 años, había apenas dos escuelas en toda la ciudad.
Y yo parezco más raro aún, soy ¡“maestro lancasteriano”! Eso no es
ninguna enfermedad, es que, a mucho honor, soy el primer maestro
colombiano que dirige una escuela con un sistema inglés recién importado.
Mister Lancaster, su inventor, les prometió a mis generales Bolívar y
Santander que con ese sistema un solo maestro le puede enseñar a 1,000
niños ¿Se imaginan el salón? ¿Y al maestro en medio de 1,000 niños?
Bueno, pues ese es el final del cuento, porque quiero explicarles por qué mi
escuela y yo les parecemos tan raros a mis compatriotas.
La historia de mi escuela es al revés de lo que se imaginan: en Colombia no
nacieron primero las escuelas, nacieron primero las universidades, y ellas
tenían todo dentro, colegios y escuelas. Allá enseñaban a leer, después
el latín y luego las carreras de Derecho y Teología, de donde salían los
abogados y los sacerdotes. Todo era para los pocos descendientes de los
españoles. Por eso no había escuelas grandes y abiertas a todos, aunque
sí había chicos de 10 años que eran universitarios: entraban allá a aprender
el alfabeto y la gramática, y ¡ya eran universitarios! Y eso no es todo, los
11
títulos eran de tres grados: bachiller, maestro y doctor. Sí, bachiller no era
el que terminaba el colegio, era un universitario que había terminado los
dos primeros años de una carrera. Por eso los bachilleres, que eran por lo
general blancos sin dinero ni propiedades pero que sabían leer y escribir,
iban ganándose la vida escribiendo las peticiones de la gente y los pleitos.
Otros iban a enseñarles a los hijos de los ricos en sus casas: esos fueron los
primeros maestros que hubo en este país, pero como andaban de pueblo en
pueblo, no inspiraban mucho respeto.
Todo esto nos parece el mundo al revés… ¿O al
derecho? Es que el derecho en nuestros tiempos
era el revés en los tiempos de los españoles.
Los primeros conquistadores y los misioneros
que llegaron hicieron unas chozas para tener
internados a los indígenas, pero sólo a los hijos
de los caciques y de los nobles, y no para que
fueran universitarios, sino para que les ayudaran a
mandar en sus propias comunidades. Se llamaron
“escuelas doctrineras”, y fueron muy pocas, pues
a nuestros ancestros les gustaba más aprender
caminando por sus selvas y montañas. Esas
escuelas estaban en los “pueblos de indios”
que quedaban en las fronteras y que nunca
fueron consideradas como verdaderas entidades
educativas, porque los indios tampoco eran
considerados como verdaderos “civilizados”.
Tuvieron que pasar más de 100 años, como hasta 1687, para que se
organizaran otras escuelas. En ese tiempo los indios, los blancos y los
esclavos negros ya se habían juntado y habían tenido descendientes, pero
a pesar de la mezcla de las personas, el orden de la sociedad separaba y
diferenciaba la gente por razas. Las ciudades habían crecido y ya había
niños huérfanos y pobres andando por las calles de los poblados. Se
organizaron unas pocas escuelas, sólo en cinco ciudades, que eran sobre
todo para recoger a los huérfanos pobres. Por eso las
llamaron “escuelas pías”, o sea, piadosas, y porque
se construyeron junto a unos colegios que tenían
los padres jesuitas. Tampoco fueron verdaderas
escuelas públicas, porque le prohibían
la entrada a “indios, negros, mulatos y
zambos…”, y a las niñas, no importaba
que fueran blancas o ricas. Y además,
adentro del salón también se separaban
las bancas de los “ricos, los plebeyos y
los pobres”.
Pasaron otros 100 años, hasta 1767:
ese año fue famoso, porque fue
entonces cuando los reyes de España
expulsaron a los jesuitas de toda la
América castellana y portuguesa,
porque sintieron que estos religiosos
se habían vuelto muy poderosos y
13
le hacían competencia a la monarquía. Y por eso el Rey mandó a sus
funcionarios a usar los colegios, las tierras y los dineros de los jesuitas para
fundar universidades, colegios y escuelas públicas.
Y entonces, el mundo quedó al revés. O al derecho: los filósofos
descubrieron que la educación era la “fuente de toda felicidad y prosperidad
de todos” y empezaron a enseñar que en la era de la Ilustración todos
tenían derecho a la educación. Mejor dicho, ahí fue cuando empezaron
a pensar que era importante que el Estado patrocinara la educación
elemental, gratuita y para todos los niños, y que toda fuera uniforme, con los
mismos libros y los mismos métodos, con bancos, con patios y sin castigos
físicos. Fue entonces cuando se contrataron doctores y catedráticos en las
universidades para cultivar las ciencias experimentales, las matemáticas
y la botánica. Con esas ciencias, el Estado empezó a formar “hombres
útiles para la patria”, ya no sólo para la Iglesia. Y desde ese momento
las escuelas se separaron de las universidades y el Estado empezó a
reunir a esos maestros andariegos para hacerles exámenes y para poder
contratarlos y enseñarnos nuevos métodos pedagógicos.
Todo esto ha pasado muy rápido, sólo 60 años antes de la Revolución de
Independencia de 1810, como quien dice, lo que ha durado la vida de mi papá.
Y aunque todavía hoy no han cambiado muchas ideas sobre las diferencias de
raza, en las escuelas republicanas enseñamos que las diferencias nacen de lo
que cada uno pueda y quiera aprender. Por eso mis compatriotas no entienden
muy bien las ideas de igualdad, y todavía no saben muy bien cómo tratarnos, si
con respeto o con desconfianza.
Nos quedan muchos obstáculos por vencer: en nuestro país las distancias
son grandes, los caminos difíciles y pasará mucho tiempo para que haya
escuelas en todos los pueblos o para que les lleguen los útiles y los libros a
los niños y a veces hasta los sueldos a los maestros. Todo eso preocupa a
los Libertadores. Pero yo creo que la mayor dificultad es lo que mi general
Bolívar llama “la gran ignorancia del pueblo”: los padres de familia no quieren
mandar a sus hijos a la escuela.
15
Como la mayoría de habitantes de nuestra República son campesinos, no
les gusta que sus hijos dejen de trabajar en las sementeras y creen que lo
que enseñamos en las escuelas es inútil. Nuestro pueblo piensa todavía que
el derecho de las cosas es que los niños trabajen y dicen que la escuela es
dañina porque un “niño ilustrado” tarde o temprano dejará los campos para
irse a ganar la vida en las ciudades. Tenemos que enseñarles el derecho.
Y por eso fue que mi general Bolívar se trajo al mismísimo mister
Lancaster, el inventor de las “escuelas de enseñanza mutua”, el de los
1,000 niños. Bueno, les contaré rápido cómo funciona. El secreto consiste
en organizar la escuela como una de esas grandes fábricas de telas que
hay ahora en Inglaterra: se ordena a los niños en bancas muy largas y en la
punta de cada una se pone al chico que sepa más, para que enseñe, vigile
y mande a los demás: esos se llaman monitores. Ellos les enseñan una
letra a los más chicos, una letra y otra, y cada vez que uno aprende una
nueva, sube de puesto en la banca y después pasa a la banca de adelante,
y a otra, de modo que los que aprenden más llegan a ser monitores. Por
eso la llaman enseñanza mutua.
La disciplina es muy fuerte porque para que todo funcione el maestro tiene
que ser como un militar, dando las órdenes con una vara para que todos
hagan lo mismo al mismo tiempo. No usamos cuadernos ni lápices, sino
pizarras y unos cajones de arena para dibujar las letras por turnos. A todos se
los califica con puntos buenos o malos que se pagan con bonos. A los chicos
indisciplinados se los castiga poniéndoles un gorro que dice “burro”, pero
algunos maestros han abusado de esos castigos y le han dado mala fama
al sistema. Como mister Lancaster está por estos días en Caracas, voy a
escribirle para que me aconseje, pues en mi escuela lancasteriana de Bogotá
he tenido hasta 200 muchachos, pero no se dejan disciplinar así no más.
Bueno, niños, ésta es la historia de nuestra escuela y se las he contado porque
ustedes han sido elegidos como mis primeros monitores. Así que, ¡a trabajar

tomado de

1 comentario: